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Debemos reconocer la plena igualdad humana de todo nuestro pueblo ante Dios, ante la ley y en los consejos de gobierno. Debemos hacerlo no porque sea económicamente ventajoso, aunque lo sea; no porque las leyes de Dios y del hombre lo ordenen, aunque lo ordenen; no porque la gente de otros países lo desee. Debemos hacerlo por la única y fundamental razón de que es lo correcto.