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Nunca podré reconocer el derecho a la esclavitud. No me inclinaré ante ninguna deidad, por muy adorada que sea por los que profesan ser cristianos, por muy dignificada que esté con el nombre de Diosa de la Libertad, cuyo escabel son los cuellos aplastados de los millones que gimen, y que se regocija con el resonar del látigo del tirano y los gritos de sus torturadas víctimas.