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La solución obvia y justa al problema de las tareas domésticas es dejar que los hombres las realicen durante, digamos, los próximos seis mil años, para igualar las cosas. El problema es que los hombres, a lo largo de los años, han desarrollado una noción exagerada de la importancia de todo lo que hacen, de modo que en poco tiempo convertirían las tareas domésticas en una farsa como lo son ahora los negocios. Contrataban secretarias, compraban ordenadores y volaban a conferencias sobre tareas domésticas en las Bermudas, pero nunca limpiaban nada.