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El conocimiento tiene dos polos, y siempre son polos opuestos: el saber carnal, la imposición de manos, el colgar el hecho por la cabeza o los talones, la medición de la masa y el movimiento, la calibración de los golpes brutales, el recuento de las provisiones; y el saber espiritual, invisiblemente sentido por el yo interior, que no es más que un campo de distracción combatido, un escenario donde recitamos el monótono monólogo que es nuestra vida, un saber gobernado por mareas internas, por insinuaciones, motivos, resoluciones, por tentaciones, secreto, vergüenza y orgullo.