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La educación como práctica de la libertad -en contraposición a la educación como práctica de la dominación- niega que el hombre sea abstracto, aislado, independiente y desvinculado del mundo; niega también que el mundo exista como realidad al margen de las personas. La auténtica reflexión no considera ni al hombre abstracto ni al mundo sin las personas, sino a las personas en sus relaciones con el mundo. En estas relaciones, la conciencia y el mundo son simultáneos: la conciencia ni precede al mundo ni lo sigue.