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La larga lucha por salvar la belleza salvaje representa lo mejor de la democracia. Requiere que los ciudadanos practiquen la más difícil de las virtudes: la moderación. ¿Por qué no puedo coger todas las truchas que quiera de un arroyo? ¿Por qué no puedo traerme del bosque una flor silvestre rara? Porque si yo lo hago, todo el mundo en esta democracia debería poder hacer lo mismo. Mi acto se multiplicará infinitamente. Para proteger la vida salvaje y la belleza silvestre, todo el mundo tiene que negarse a sí mismo proporcionalmente. Los privilegios especiales y la conservación siempre están reñidos.