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Antes del advenimiento de la civilización del Tercer Estado (mercantilismo, capitalismo), la ética social que se sancionaba religiosamente en Occidente consistía en realizar el propio ser y alcanzar la propia perfección dentro de los parámetros fijos que definían claramente la propia naturaleza individual y el grupo al que se pertenecía. La actividad económica, el trabajo y el beneficio sólo se justificaban en la medida en que eran necesarios para el sustento y para asegurar la dignidad de una existencia conforme al propio estado, sin que el instinto inferior del interés propio o del beneficio se antepusiera.