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  • A la pálida luz del amanecer, las lápidas parecían tantas velas blancas de barcos anclados en un puerto bullicioso. Eran velas que nunca volverían a llenarse de viento, velas que, demasiado tiempo sin usarse y muy caídas, se habían convertido en piedra tal como eran. Las anclas de los barcos se habían clavado tan profundamente en la tierra oscura que nunca más podrían levantarse.