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La escritura surge para retener información a través del tiempo y del espacio. Antes de la escritura, la comunicación era evanescente y local; los sonidos recorrían unos metros y se desvanecían en el olvido. La evanescencia de la palabra hablada era evidente. Tan fugaz era el habla que el raro fenómeno del eco, un sonido que se oye una vez y luego otra, parecía una especie de magia.