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Nadie era perfecto. Ni por asomo. Y todo el mundo tenía arrugas de sonreír, entrecerrar los ojos y torcer el cuello. Todo el mundo tiene marcas en el cuerpo de años de vida, un rastro de vida. Pruebas de todas las aventuras, noches sin dormir, bromas pesadas y desengaños que les han convertido en lo que son.