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Las mujeres, que son las principales víctimas de la religión y, quizás en algunos casos, del efecto del síndrome de Estocolmo, suelen ser las más fervientes defensoras de aquello mismo que las degrada. Creo que, al final, serán las mujeres las que den la vuelta a esta situación. Esta debería ser la etapa final del feminismo. Que una feminista siga creyendo en dios es como si un esclavo liberado siguiera viviendo en la plantación.