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Jesús no identificaba a la persona con su pecado, sino que veía en este pecado algo ajeno, algo que realmente no le pertenecía, algo que simplemente le encadenaba y dominaba y de lo que él le liberaría y le devolvería a su verdadero ser. Jesús era capaz de amar a los hombres porque los amaba a través de la capa de barro.