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La tarea de hacer llegar el Evangelio de forma adecuada a cada persona de una etnia es tremenda. Sólo hay una solución. Estoy seguro de que no es el hombre, ni el dinero, ni las encuestas, ni la palabrería. Todos ellos tienen su lugar, pero si la base de todo ello no es la oración ferviente y creyente, son en vano. Y la oración no sólo debe ser la base, sino que debe impregnar y vitalizar todo el trabajo.