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Si todas las células y fibras de un cerebro humano estuvieran extendidas de punta a punta, sin duda llegarían hasta la Luna y volverían. Sin embargo, el hecho de que no estén dispuestas de punta a punta ha permitido al hombre llegar hasta allí por sí mismo. La asombrosa maraña de nuestras cabezas nos convierte en lo que somos.