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Tienes que escuchar tu propia voz. Ni a tu corazón, ni a tus instintos, ni a ninguna de esas tonterías psicológicas autopermisivas. No, nada de eso. Si sólo se tratara de instintos e ideas brillantes no haría falta una voz. Se trata de palabras. Las escuchas, las lees, luego escribes. Pero sobre todo leer. Lee los malditos poemas.