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Que la comida haya sido siempre, y siga siendo, la base de uno de nuestros mayores esnobismos no explica el hecho de que la actitud hacia la elección alimentaria de los demás sea cada vez más acaloradamente excluyente hasta convertirse en una de esas formas de fanatismo contra las que los pequeños comités galantes planean constantemente campañas en pro de la justicia y la decencia.