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El aire era frío para los pulmones, la larga hierba goteaba húmeda y las hierbas que la cubrían desprendían su especiado aroma astringente. Dentro de poco, las cigarras empezarían a cantar por todas partes. La hierba era yo, y el aire, las lejanas montañas invisibles eran yo, los cansados bueyes eran yo. Respiraba con el ligero viento nocturno en los espinos.