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Y hay algo profundamente humilde en conocer a Dios. No me refiero al Dios baratija o al Dios genio en una lámpara. Me refiero al Dios que inventó el árbol de mi jardín, la belleza de mi amor, el sabor de un arándano, la violencia de la crecida de un río. Hay muchas tendencias religiosas que nos harían controlar a Dios, diciéndonos que si hacemos esto y lo otro, Dios pasará por nuestro aro como un mono. Pero este otro Dios, este Dios real, es asombroso y fuerte, lo abarca todo y es apasionado, y por razones que nunca entenderé, quiere engendrarnos.