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El hombre inteligente y bueno tiene en su afecto lo bueno y verdadero de cada tierra -- las fronteras de los países no son las limitaciones de sus simpatías. No le importa la raza ni el color, ama a los que hablan otras lenguas y adoran otros dioses. Entre él y los que sufren no hay un abismo infranqueable. Saluda al mundo y tiende la mano de la amistad al género humano. No se inclina ante un dios provinciano y patriótico, que protege a su tribu o nación y aborrece al resto de la humanidad.