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En ocasiones he observado a padres que van de compras para vestir a un hijo a punto de entrar en el servicio misionero. Se ajustan los trajes nuevos, se atan los zapatos nuevos, y se compran camisas, calcetines y corbatas en cantidad. Conocí a un padre que me dijo: 'Hermano Monson, quiero que conozca a mi hijo'. El orgullo le hizo saltar los botones; el coste de la ropa vació su cartera; el amor llenó su corazón. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando me di cuenta de que su traje [el del padre] era viejo, sus zapatos estaban muy gastados; pero él no sentía ninguna privación. El brillo de su rostro era un recuerdo imborrable.