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Hay hombres tan incorregiblemente perezosos que ningún incentivo que se les pueda ofrecer les tentará a trabajar; tan devorados por el vicio que la virtud les resulta aborrecible, y tan inveteradamente deshonestos que el robo es para ellos una pasión maestra. Cuando un ser humano ha llegado a ese estado, sólo hay un camino que pueda seguirse racionalmente. Con tristeza, pero sin remordimientos, debe reconocerse que se ha vuelto lunático, moralmente demente, incapaz de autogobernarse, y que, por lo tanto, debe dictarse sobre él la sentencia de reclusión permanente de un mundo en el que no es apto para estar en libertad.