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Dondequiera que dirijamos nuestra vista, descubrimos las melancólicas pruebas de nuestra depravación; ya sea que miremos a los tiempos antiguos o modernos, a las naciones bárbaras o civilizadas, a la conducta del mundo que nos rodea, o al monitor dentro del pecho; ya sea que leamos, o escuchemos, o actuemos, o pensemos, o sintamos, la misma lección humillante se impone sobre nosotros.