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  • Hablando del joven Arquímedes: . . . [Estaba tan encantado con los rudimentos del álgebra como lo hubiera estado si yo le hubiera dado una máquina de vapor con una lámpara de alcohol para calentar la caldera; más encantado, quizá, porque la máquina se habría roto y, permaneciendo siempre ella misma, habría perdido en cualquier caso su encanto, mientras que los rudimentos del álgebra continuaban creciendo y floreciendo en su mente con una lozanía inagotable. Cada día descubría algo que le parecía exquisitamente bello; el nuevo juguete era inagotable en sus potencialidades.