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El estado de gracia no es otra cosa que la pureza, y da el cielo a quien se reviste de ella. La santidad, por tanto, es simplemente el estado de gracia purificado, iluminado, embellecido por la pureza más perfecta, exenta no sólo del pecado mortal, sino también de las más pequeñas faltas; ¡la pureza os hará santos! ¡Todo reside en esto!