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  • He aprendido tanto de Dios que ya no puedo llamarme cristiano, hindú, musulmán, budista o judío. La Verdad ha compartido tanto de Sí misma conmigo que ya no puedo llamarme hombre, mujer, ángel, ni siquiera Alma pura. El Amor se ha hecho tan amigo de mí que se ha convertido en ceniza y me ha liberado de todo concepto e imagen que mi mente haya conocido jamás.