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Iba siempre que podía, y siempre mis ojos se alzaban hacia las colinas. Escalar montañas me producía una satisfacción espiritual y física, y al llegar a su cima sentía una gran tranquilidad, como si hubiera escapado de las decepciones y la crueldad de la vida y hubiera emergido por encima de ellas a un mundo nuevo, un mundo mejor.