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Oigo, pues, con alegría lo que empieza a decirse de la dignidad y necesidad del trabajo para todo ciudadano. Todavía hay virtud en la azada y la pala, tanto para las manos instruidas como para las indoctas. Y el trabajo es bienvenido en todas partes; siempre se nos invita a trabajar; sólo obsérvese esta limitación: que un hombre no sacrifique, en aras de una actividad más amplia, ninguna opinión a los juicios y modos de acción populares.