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Es hora de admitir que la educación pública funciona como una economía planificada, un sistema burocrático en el que el papel de cada uno está definido de antemano y hay pocos incentivos para la innovación y la productividad. No es de extrañar que nuestro sistema escolar no mejore: Se parece más a la economía comunista que a nuestra propia economía de mercado.