El largo y radiante verano de mi vida se detiene al fin, y he aquí que a lo largo de mi camino veo deslizarse al otoño: ni la escarcha ni el frío han anunciado su presencia, sino una vasta y dulce calma que no llega hasta que el año ha pasado su solsticio febril, y un tinte de oro atenúa el vivo colorido de las emociones audaces y teñidas de pasión. Dejaré atrás mis días de agosto con mi mayo, ni me esforzaré por arrastrarlos al lugar del otoño, ni juraré que espero cuando no haga más que recordar. Ahora que la violeta y la rosa han tenido su día, arrancaré los asteres más sobrios con buena gracia Y llamaré a septiembre nada más que septiembre.