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Un niño no tiene el apetito de un adulto por el afecto. Un poco de afecto les llega muy lejos, y les gusta más una buena imitación que el afecto real, como sabe cualquier enfermera.
Un niño no tiene el apetito de un adulto por el afecto. Un poco de afecto les llega muy lejos, y les gusta más una buena imitación que el afecto real, como sabe cualquier enfermera.