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Cuando llega la muerte, nos quitamos la ropa y recogemos todo lo que dejamos atrás: lo oscuro, lo roto, lo tocado por la vergüenza. Cuando la Muerte nos pide cuentas, desnudos presentamos nuestras vidas en fardos. Mira cuánto pesan, le decimos, negándonos a negar lo que hemos vivido. Todo lo que es tocado por la luz ama la luz. Nosotros, los tercos como la hierba, los que nos tambaleamos ante el sabor de la savia y queremos que nos limpien el espíritu, no traicionaremos a la mala hierba, ni a la serpiente, ni a la yegua lisiada. Nunca dejaremos atrás aquello sobre lo que brilló la luz.