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Los cristales crecían dentro de la roca como flores aritméticas. Se alargaban y se extendían, añadían plano a plano en una obediencia asombrada y perfecta a una geometría absoluta que incluso las piedras -quizá sólo las piedras- comprendían.
Los cristales crecían dentro de la roca como flores aritméticas. Se alargaban y se extendían, añadían plano a plano en una obediencia asombrada y perfecta a una geometría absoluta que incluso las piedras -quizá sólo las piedras- comprendían.