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Para William Cecil y otros miembros del Consejo de Isabel, cuyo sentimiento de conspiración y amenaza católica regía su pensamiento político, la seguridad de Inglaterra residía en la creación de unas Islas Británicas unidas y protestantes, que pudieran mantenerse solas, listas para resistir a los invasores. La providencia divina había separado las islas del resto del mundo mediante mares circundantes, "un pequeño mundo en sí mismo".