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Se trata de una crítica superficial que definiría la poesía como confinada a producciones literarias en rima y ritmo métrico. El poema escrito es sólo poesía que habla, y la estatua, el cuadro y la composición musical son poesía que actúa. Milton y Goethe, en sus escritorios, no eran más verdaderos poetas que Fidias con su cincel, Rafael en su caballete, o el sordo Beethoven inclinado sobre su piano, inventando y produciendo acordes, que él mismo nunca podría esperar oír.