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Porque las madres nos hacen, porque cartografían nuestro terreno emocional antes incluso de que sepamos que somos capaces de tener un terreno emocional, saben exactamente dónde clavar la dinamita. Con un par de pequeñas jugadas de poder -un comentario escéptico, la negación de la aprobación o el elogio- una madre puede devastar a una hija. Décadas de sutil menoscabo pueden atrofiar a una hija, o monopolizar tanto su energía que ella misma se atrofia. Silenciada, temerosa, plagada de dudas sobre sí misma, puede quedarse atrapada para siempre en su condición de hija, el único lugar en el que se siente segura de conocer las reglas.