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Una carta manuscrita conlleva muchos riesgos. Es una conversación unilateral que revela la verdad de quien la escribe. Además, el escritor no está allí para ver la reacción de la persona a la que escribe, por lo que hay una gran incógnita en el proceso que requiere un acto de fe. El escritor tiene que elegir las palabras adecuadas para expresar sus frases, y luego, una vez que ha sellado el sobre, tiene que poner esos pensamientos en manos de otra persona, confiando en que los sentimientos serán entregados, y que el destinatario entenderá la intención del escritor. Qué infantil es pensar que eso puede ser fácil.