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  • Aquella noche, pregunté a la Madre de Dios qué iba a ser de mí, un hijo de la fe. Entonces se me acercó con dos coronas, una blanca y otra roja. Me preguntó si quería aceptar alguna de las dos coronas. La blanca significaba que debía perseverar en la pureza, y la roja que debía convertirme en mártir. Le dije que aceptaría las dos.