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Hay momentos normales en los que es totalmente admirable ser firme, decidido, incondicional y, por tanto, en los que la integridad es inequívocamente una virtud. La persona íntegra sabe lo que tiene que hacer y lo hace. Pero, como hemos estado analizando, también hay momentos en los que la certeza y la firmeza indican algo menos admirable: una sordera ante voces que deberían ser escuchadas o una ceguera ante aspectos de una situación que deben ser considerados.