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Shinjuku tenía algo intrínsecamente triste. Una oquedad vacía que ninguna cantidad de neón podía ocultar. Roppongi era igual, sólo que allí la tristeza era más antigua y más occidental. Todo ese movimiento para tan poco propósito. Un millón de extraños buscando una cura para la oscuridad de sus ojos en el vacío entre las piernas de otros.