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La llamada vida real sólo ha interferido conmigo una vez, y había sido muy distinta de aquella para la que me habían preparado las palabras, las líneas, los libros. El destino tenía que ver con videntes ciegos, oráculos, coros que anunciaban la muerte, no con jadeos junto a la nevera, tanteos con preservativos, esperas en un Honda aparcado a la vuelta de la esquina y encuentros subrepticios en un hotel de Lisboa. Sólo existe la palabra escrita, todo lo que debe hacer uno mismo carece de forma, está sujeto a la contingencia sin rima ni razón. Se tarda demasiado. Y si acaba mal, la métrica no es la correcta, y no hay manera de tachar las cosas.