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Durante sus años universitarios, los remeros trabajaban muchas horas, y a menudo se presentaban en el cobertizo a las 6 de la mañana para los entrenamientos previos a las clases. Tanto física como psicológicamente, estaban separados de sus compañeros. Los acontecimientos que les parecían catastróficos -por ejemplo, el descenso del equipo universitario al juvenil- pasaban casi desapercibidos para el resto de los estudiantes. En muchos sentidos, eran como veteranos de combate que volvían de una guerra pequeña, amarga y distante, capaces de hablar sólo con otros veteranos.