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El manto del glamour ha sido arrebatado a las mujeres y entregado a los hombres. Las mujeres se afanan en sus sombras, sencillas y de aspecto corriente. Esa transición ha dejado un vacío. Un vacío de glamour desmesurado, imposible, exagerado. Las supermodelos llenan ese vacío. Lo único que tienen que hacer es trabajar en la pasarela, cariño, y negarse a salir de la cama por menos de diez mil dólares.