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Todos estamos en el juego racial, por así decirlo, consciente o inconscientemente. Podemos apoyar abiertamente proyectos raciales de supremacía blanca. Podemos rechazar la supremacía blanca y apoyar proyectos raciales orientados a una distribución democrática del poder y un reparto justo de los recursos. O podemos afirmar que no nos interesa la raza, en cuyo caso es casi seguro que acabaremos apoyando tácitamente la supremacía blanca en virtud de nuestra falta de voluntad para enfrentarnos a ella. En una sociedad en la que la supremacía blanca ha estructurado todos los aspectos de nuestro mundo, no puede haber ninguna pretensión de neutralidad.