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  • A Catherine Land le gustaban los comienzos de las cosas. La posibilidad blanca y pura de la habitación vacía, el primer beso, el primer golpe de latrocinio. Y los finales, también le gustaban. El drama del cristal que se rompe, el pájaro muerto, la despedida llorosa, la última palabra horrible que nunca se puede dejar de decir o recordar.
    Eran los intermedios los que la hacían detenerse. Esto, a pesar de su impulso hacia delante, era un punto medio. Los comienzos eran dulces, los finales normalmente amargos, pero los intermedios eran sólo la cuerda floja entre uno y otro. Nada más que eso.