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Fue necesario el amor de un buen hombre [para curarme]. Cuando volvía a mis, digamos, perversiones, él me decía: 'Vamos a tomar un helado. No te lo voy a permitir. Si sólo puedes venir como una mujer lasciva de alquiler, porque te sientes sucia y avergonzada, entonces no. Las mujeres son diosas'. Y lo sé y lo creo. Elegí a un hombre que también lo creía.