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No cedamos nunca al pesimismo, a esa amargura que el diablo nos ofrece cada día. No cedamos al pesimismo y al desánimo. Tenemos la firme certeza de que el Espíritu Santo da a la Iglesia, con su soplo poderoso, el valor para perseverar y también para buscar nuevos métodos de evangelización, para llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra.