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Antes del 11 de septiembre, la idea de que los estadounidenses aceptaran voluntariamente vivir sus vidas bajo la mirada de una red de cámaras de vigilancia biométrica, que los observan en edificios gubernamentales, centros comerciales, metros y estadios, habría parecido impensable, una fantasía distópica de una sociedad que ha renunciado a la privacidad y el anonimato.