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Ser miembro de la Iglesia es un don. Un regalo que hay que valorar. No debe darse por sentado ni considerarse a la ligera. Porque es un regalo, debemos estar siempre agradecidos por ello. Y cuando estamos agradecidos por algo, tenemos menos tiempo y energía para ser negativos... Una pertenencia sana a la Iglesia significa que encuentras tu alegría en ser el último, en lugar de buscar tu camino y ser el primero.