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Si el diablo fuera lo suficientemente sabio y se quedara en silencio y dejara que se predicara el Evangelio, sufriría menos daño. Porque cuando no hay batalla por el evangelio, éste se oxida y no encuentra causa ni ocasión para mostrar su vigor y poder. Por lo tanto, nada mejor puede sucederle al evangelio que el mundo lo combata con fuerza y astucia.