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Corresponde al cristiano cuidar de su propio cuerpo precisamente para que, por su salud y bienestar, pueda trabajar y adquirir y conservar bienes para ayudar a los necesitados, de modo que el miembro más fuerte sirva al más débil, y seamos hijos de Dios y nos ocupemos los unos por los otros, soportándonos mutuamente las cargas y cumpliendo así la ley de Cristo.